Testimonio de un terremoto: 4 minutos de eternidad
Testimonio de un terremoto: 4 minutos de eternidad
El autor estaba en Santiago de Chile cuando la tierra tembló como nunca. Él, testigo de la catástrofe, se sentó a escribir su experiencia, entre emocionante y emocionada. Urgente24 la difunde mientras llega Alan García Pérez a Santiago de Chile a llevar una histórica solidaridad de Perú, en un gesto que dejará definitivamente atrás las viejas cicatrices. Es menester construir el futuro, en especial cuando las víctimas ya llegaron a 795 y hay al menos una veintena de desaparecidos.
POR MIGUEL SCHAPIRA | 02/03/2010 | 18:53
SANTIAGO DE CHILE (Especial para Urgente24). Son cinco minutos. La vida es eterna en cinco minutos. El estribillo de aquella canción de Víctor Jara en la que una mujer chilena, Amanda, se abrazaba a la vida en los cinco minutos que duraba el encuentro con su amado durante el receso en la fábrica, visitó suavemente mi memoria en la madrugada del 27 de febrero en el preciso instante en que, abrazado a mi esposa Kirsten-Maria bajo el marco de la puerta de entrada de mi departamento, sentí , durante casi cuatro eternos minutos, temblar la tierra en Chile.
A las criaturas humanas nos mueve la vocación de intentar identificar aquellos momentos exactos de la vida – generalmente dramáticos- en los que nuestra existencia se fractura en un antes y después. Suele ser un ejercicio a geometría variable que tiene la tendencia a ir mutando con cada cataclismo personal que vamos experimentando.
Circunstancias singulares de mi vida personal y profesional me han convertido en testigo directo y muy próximo de una lista inquietante de elementos desatados y situaciones límite: un huracán en Centroamérica, un volcán en erupción en Filipinas, una inundación de lava en Colombia, un alud de barro en Venezuela, un terremoto en Costa Rica, un tornado en Iowa, una tormenta de nieve en Kazhasktán…Pero nada, absolutamente nada, de lo ocurrido en mi azarosa errancia puede compararse a lo que viví, sentí y experimenté durante aquellos cuatro interminables minutos bajo el dintel de la puerta en ese departamento del piso 14 en la comuna de Providencia en Santiago de Chile.
Primero fue el sacudón violento, traicionero, incomprensible, que alteró, a las 3:24 de la noche, el momento más profundo del sueño. Luego el grito desgarrador de Kirsten, ¡terremoto! Después, el gesto instintivo, internalizado a fuerza de tanto escucharlo, de correr a buscar refugio bajo la viga más sólida.
Unidos en un abrazo fusional, los ojos cerrados, los dientes apretados, los cuerpos entregados, mi esposa y yo nos abandonamos a la furia del monstruo. Un monstruo que comenzó a sacudirse con movimientos espasmódicos, brutales y caprichosos que crecían en intensidad a cada segundo. Al principio fueron saltos muy bruscos, seguidos por giros, bamboleos y vaivenes que se sucedían en un movimiento anárquico y en un crescendo deliberadamente destructivo.
La imagen que acude a mi espíritu en el momento que escribo estas líneas, es la de aquella cama convulsiva en la que yacía aterrada la niña poseída por el demonio en la película El Exorcista. Porque también el rugido del Monstruo era diabólico. ¿Alguna vez escuchaste el bramido que emerge de la garganta de la tierra? Es seguramente el sonido más aterrador que pueda registrar el oído humano, acaso la concreción acústica del gruñido de los dragones de las historias medievales o de los ruidos que atizaban los miedos más oscuros de tu infancia. Librados a los caprichos de las placas geológicas, todo pierde entidad, nada conserva identidad.
Ni tú, esperando impotente un desenlace que dada la violencia de la tierra imaginas fatal, ni las paredes que te protegen, ni los techos que te cubren, ni los objetos que te rodean. Todo se desmorona, literalmente se desmorona. Un minuto, dos, tres; la vida es eterna en cuatro minutos. Las estadísticas ya registran que éste fue no sólo uno de los terremotos más potentes de la Historia sino también el más largo.
Cuando la tierra dejó de moverse y Víctor Jara dejó de cantar, nos miramos a los ojos y sobrevino la catarsis. ¿Lo que acaba de ocurrir, ocurrió realmente? ¿Fue una pesadilla? ¿Estamos aún con vida o acabamos de convertimos en habitantes de otra región de la existencia? Los sollozos, sin embargo, eran reales. Así como el temblor de nuestros cuerpos y los gritos de pánico que entraban por las ventanas.
Sin luz, sin agua, sin corriente, sin comunicación con el mundo externo, avanzando a tientas por un departamento oscuro y devastado, comenzamos a reconocer el paisaje después de la batalla. ¿Vale la pena mencionar cuan relativo puede ser el valor de las cosas materiales ante la certeza de tu propia materialidad?
Narrar mi pequeña experiencia individual en esta tragedia que asoló a todo Chile me coteja pudorosamente ante el drama de centenares de miles de personas que hoy lloran a los suyos, aplastados por los escombros o arrastrados por la ola; escribir mi vivencia más personal ante el terremoto de Chile representa para mí un acto de humildad frente a quienes todo lo perdieron y un homenaje íntimo al extraordinario país hermano cuyo territorio bronco inspiró una vez estos versos de Pablo Neruda:
Que corran las cuerdas del canto en el viento extranjero
porque mi sangre circula en mi canto si cantas,
si cantas, oh patria terrible, en el centro de los terremotos
porque así necesitas de mí, resurrecta,
porque canta tu boca en mi boca y sólo el amor resucita.
El autor estaba en Santiago de Chile cuando la tierra tembló como nunca. Él, testigo de la catástrofe, se sentó a escribir su experiencia, entre emocionante y emocionada. Urgente24 la difunde mientras llega Alan García Pérez a Santiago de Chile a llevar una histórica solidaridad de Perú, en un gesto que dejará definitivamente atrás las viejas cicatrices. Es menester construir el futuro, en especial cuando las víctimas ya llegaron a 795 y hay al menos una veintena de desaparecidos.
POR MIGUEL SCHAPIRA | 02/03/2010 | 18:53
SANTIAGO DE CHILE (Especial para Urgente24). Son cinco minutos. La vida es eterna en cinco minutos. El estribillo de aquella canción de Víctor Jara en la que una mujer chilena, Amanda, se abrazaba a la vida en los cinco minutos que duraba el encuentro con su amado durante el receso en la fábrica, visitó suavemente mi memoria en la madrugada del 27 de febrero en el preciso instante en que, abrazado a mi esposa Kirsten-Maria bajo el marco de la puerta de entrada de mi departamento, sentí , durante casi cuatro eternos minutos, temblar la tierra en Chile.
A las criaturas humanas nos mueve la vocación de intentar identificar aquellos momentos exactos de la vida – generalmente dramáticos- en los que nuestra existencia se fractura en un antes y después. Suele ser un ejercicio a geometría variable que tiene la tendencia a ir mutando con cada cataclismo personal que vamos experimentando.
Circunstancias singulares de mi vida personal y profesional me han convertido en testigo directo y muy próximo de una lista inquietante de elementos desatados y situaciones límite: un huracán en Centroamérica, un volcán en erupción en Filipinas, una inundación de lava en Colombia, un alud de barro en Venezuela, un terremoto en Costa Rica, un tornado en Iowa, una tormenta de nieve en Kazhasktán…Pero nada, absolutamente nada, de lo ocurrido en mi azarosa errancia puede compararse a lo que viví, sentí y experimenté durante aquellos cuatro interminables minutos bajo el dintel de la puerta en ese departamento del piso 14 en la comuna de Providencia en Santiago de Chile.
Primero fue el sacudón violento, traicionero, incomprensible, que alteró, a las 3:24 de la noche, el momento más profundo del sueño. Luego el grito desgarrador de Kirsten, ¡terremoto! Después, el gesto instintivo, internalizado a fuerza de tanto escucharlo, de correr a buscar refugio bajo la viga más sólida.
Unidos en un abrazo fusional, los ojos cerrados, los dientes apretados, los cuerpos entregados, mi esposa y yo nos abandonamos a la furia del monstruo. Un monstruo que comenzó a sacudirse con movimientos espasmódicos, brutales y caprichosos que crecían en intensidad a cada segundo. Al principio fueron saltos muy bruscos, seguidos por giros, bamboleos y vaivenes que se sucedían en un movimiento anárquico y en un crescendo deliberadamente destructivo.
La imagen que acude a mi espíritu en el momento que escribo estas líneas, es la de aquella cama convulsiva en la que yacía aterrada la niña poseída por el demonio en la película El Exorcista. Porque también el rugido del Monstruo era diabólico. ¿Alguna vez escuchaste el bramido que emerge de la garganta de la tierra? Es seguramente el sonido más aterrador que pueda registrar el oído humano, acaso la concreción acústica del gruñido de los dragones de las historias medievales o de los ruidos que atizaban los miedos más oscuros de tu infancia. Librados a los caprichos de las placas geológicas, todo pierde entidad, nada conserva identidad.
Ni tú, esperando impotente un desenlace que dada la violencia de la tierra imaginas fatal, ni las paredes que te protegen, ni los techos que te cubren, ni los objetos que te rodean. Todo se desmorona, literalmente se desmorona. Un minuto, dos, tres; la vida es eterna en cuatro minutos. Las estadísticas ya registran que éste fue no sólo uno de los terremotos más potentes de la Historia sino también el más largo.
Cuando la tierra dejó de moverse y Víctor Jara dejó de cantar, nos miramos a los ojos y sobrevino la catarsis. ¿Lo que acaba de ocurrir, ocurrió realmente? ¿Fue una pesadilla? ¿Estamos aún con vida o acabamos de convertimos en habitantes de otra región de la existencia? Los sollozos, sin embargo, eran reales. Así como el temblor de nuestros cuerpos y los gritos de pánico que entraban por las ventanas.
Sin luz, sin agua, sin corriente, sin comunicación con el mundo externo, avanzando a tientas por un departamento oscuro y devastado, comenzamos a reconocer el paisaje después de la batalla. ¿Vale la pena mencionar cuan relativo puede ser el valor de las cosas materiales ante la certeza de tu propia materialidad?
Narrar mi pequeña experiencia individual en esta tragedia que asoló a todo Chile me coteja pudorosamente ante el drama de centenares de miles de personas que hoy lloran a los suyos, aplastados por los escombros o arrastrados por la ola; escribir mi vivencia más personal ante el terremoto de Chile representa para mí un acto de humildad frente a quienes todo lo perdieron y un homenaje íntimo al extraordinario país hermano cuyo territorio bronco inspiró una vez estos versos de Pablo Neruda:
Que corran las cuerdas del canto en el viento extranjero
porque mi sangre circula en mi canto si cantas,
si cantas, oh patria terrible, en el centro de los terremotos
porque así necesitas de mí, resurrecta,
porque canta tu boca en mi boca y sólo el amor resucita.
Comentarios
Publicar un comentario